La cultura del miedo





Noam Chomsky - La cultura del miedo






















La cultura del miedo

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Traducido por Jain Alkorta y revisado por Deborah Gil, marzo de 2001

Este ensayo es la introducción de "Colombia: La Democracia
Genocida", volumen de 125 páginas, escrito por Javier Giraldo S. J., en 1996. Dos
hechos debieran resonar en la conciencia de los estadounidenses, en su lectura de la
documentación del Padre Giraldo, acerca del reino de terror en el que se vio sumida
Colombia durante la "Guerra Sucia" perpetrada por las fuerzas de seguridad del
estado y sus paramilitares asociados, desde principios de los ańos 80. El primero es que
la "Democra-tadura" de Colombia, como Eduardo Galeano denomina el actual
laberinto de formas democráticas y terror totalitario, ha pasado a encabezar el índice
de vulneración de los derechos humanos en todo el hemisferio, en los śltimos ańos, lo
cual es sin duda toda una proeza, vista la competencia. El segundo es que Colombia ha
contado para sus crímenes con ciertos cómplices, de entre los cuales, el gobierno de
EE.UU. se lleva la palma, si bien, Gran BretaÅ„a, Israel, Alemania y demás han colaborado
en el adiestramiento y el aprovisionamiento de armas a los asesinos y torturadores que
forman la red de terratenientes narco-militares que gestiona la "estabilidad" de
un país rico en promesas, que se tornan en pesadilla para mucha gente. En julio de 1989,
el Departamento de Estado de EE.UU.A. anunciaba sus planes de subvencionar la venta de
armamento militar a Colombia con supuestos "fines contra el narcotráfico". La
venta se "justificaba" en el hecho de que "Colombia cuenta con una forma de
gobierno democrático que no presenta indicios permanentes de violación de derechos
humanos reconocidos universalmente.

Unos meses antes, la Comisión de Justicia y Paz, presidida por el
Padre Giraldo, hacía pÅ›blico un informe documentando las atrocidades cometidas en el
primer semestre de 1988, que incluían 3000 asesinatos de carácter político y 273
campańas de "aniquilación social". El peaje humano era de ocho asesinatos
políticos al día, de los cuales siete personas eran asesinadas en sus propios hogares o
en plena calle y una desaparecía. En su alusión a este informe, la Oficina de Asuntos
Latinoamericanos en Washington (WOLA) aÅ„adía que "la gran mayoría de los
desaparecidos en los śltimos ańos son organizadores de base social, campesinos y
dirigentes sindicales, militantes de izquierda y activistas pro derechos humanos y demás
actores sociales", un total de más de 1.500 personas, en el momento en el que el
Departamento de Estado elogiaba a voces la democracia Colombiana y su consideración por
los derechos humanos. Durante la campańa electoral de 1988, 19 de los 87 candidatos a
alcalde del Å›nico partido político independiente, el UP, fueron asesinados, junto con
más de 100 del resto de sus candidatos. La Organización Central de Trabajadores,
coalición de sindicatos instituida en 1986, había perdido ya a más de 230 de sus
miembros afiliados, quienes aparecían muertos tras haber sido salvajemente torturados.
Pero el "sistema de gobierno democrático" colombiano salía airoso, sin tacha
ni "indicios consistentes de graves violaciones" de derechos humanos. Para
cuando el Departamento de Estado de los EEUUA publicara su informe, los tan encomiables
métodos, segÅ›n el informe, se llevaban a la práctica con extraordinaria eficacia. El
índice de asesinatos políticos entre 1988 y 1989 ascendía a 11 personas al día, segÅ›n
un informe de la sucursal colombiana de la Comisión de Juristas Andinos. Entre 1988 y
principios de 1992, 9.500 personas resultaban asesinadas por motivos políticos, 830
personas desaparecían y se perpetraban 313 matanzas (1988-1990) de campesinos y gente
humilde.

A lo largo de todos estos aÅ„os las principales víctimas del
terrorismo de estado han sido, cómo no, los campesinos. En 1988 las organizaciones
sociales de uno de sus departamentos sureńos denunciaban una "campańa de
aniquilación total y tierra quemada, al estilo Vietnam," llevada a cabo del modo
más vil por las fuerzas del ejército, "aniquilando a hombres, mujeres, ancianos y
nińos. Hogares y cosechas eran arrasadas y los campesinos eran expulsados de sus propias
tierras." También fue en 1998 cuando el gobierno de Colombia estableciera un nuevo
régimen judicial llamando a la "guerra sin cuartel al enemigo interno,"
autorizando la "máxima criminalización de toda suerte de oposición social y
política," segÅ›n un informe Europeo - Latino Americano presentado en Bruselas, en
el que se examinaba la "consolidación del terrorismo de estado en Colombia".
Cuando se hizo pśblico el informe del Departamento de. Estado Norteamericano, un ańo
después de estos sucesos, el Ministro de Defensa colombiano reincidía en la doctrina de
la "guerra sin cuartel" desde todos los poderes del estado "en el ámbito
político, económico y social". La Guerrilla era el objetivo oficial, pero como ya
observara un alto mando militar en 1987, sus organizaciones eran de escasa importancia:
"el peligro real," explicaba, es "lo que los insurgentes han venido a
denominar la "guerra política y psicológica," sus esfuerzos por
"controlar a los agentes sociales" y la "manipulación de masas". Los
"rebeldes" buscan influencia en los sindicatos, las universidades, los medios de
comunicación y un largo etcétera, y el gobierno debe atajar esta "guerra" con
su propia "guerra sin cuartel en el ámbito político, económico y social."
Vista la doctrina y la práctica, el estudio de Bruselas concluye, con los pies en el
suelo, que el "enemigo interno" del aparato terrorista del gobierno se extiende
a "organizaciones laborales, movimientos populares, organizaciones colectivas
indígenas, partidos políticos de oposición, organizaciones agrarias, sectores
intelectuales, corrientes religiosas, colectivos de jóvenes y estudiantes, comunidades de
vecinos," de hecho, cualquier sector o colectivo susceptible de verse indeseablemente
influenciado. "Todo individuo que, de una u otra forma, comulgue con los objetivos
del enemigo debe ser considerado un traidor y tratado como tal," segśn un manual
militar colombiano. El manual data de 1963. Por aquel entonces, la violencia en Colombia
se veía "exacerbada por factores externos", escribía el Presidente de la
Comisión Permanente de Derechos Humanos colombiana y antiguo Ministro de Asuntos
Exteriores, Alfredo Vásquez Carrizosa, unos aÅ„os atrás, en un repaso de sus
consecuencias. "Durante el mandato de Kennedy," continuaba, Washington " se
las ingenió para transformar nuestros ejércitos regulares en brigadas de
contrainsugencia, integrando la nueva táctica de los escuadrones de la muerte."
Estas iniciativas "indujeron a lo que actualmente se conoce en América Latina como
la "doctrina de la Seguridad Nacional,... no un sistema de defensa contra el enemigo
externo, sino el medio de hacer de la institución militar amo y seńor de la jugada...
[con] derecho a actuar contra el enemigo interno, doctrina introducida por Brasil y
adoptada en Colombia: es el derecho de maniobra y aniquilación de los agentes sociales,
miembros de sindicatos, hombres y mujeres que no apoyan el sistema y son, por tanto,
extremistas comunistas." La "Guerra Sucia" se potenció a principios de los
ańos 80 -- no sólo en Colombia -- conforme la administración Reagan fue extendiendo sus
programas por toda la región, dejándola devastada y repleta de cientos de miles de
cadáveres de personas torturadas y mutiladas, que cabe no apoyaran lo suficiente al
sistema o, incluso, estuvieran bajo la influencia de los "subversivos." Los
norteamericanos no debieran permitirse el lujo de olvidar los orígenes de la doctrina de
Brasil, la de Argentina, la de Uruguay, la de Colombia," y algunas otras. Fueron
diseÅ„adas y aplicadas por alumnos adiestrados y equipados aquí mismo. Las nociones
básicas provienen de los manuales norteamericanos de contrainsurgencia y "conflictos
de baja intensidad".

Estos tecnicismos son simples eufemismos del terrorismo de estado,
práctica ampliamente extendida en América Latina. Cuando el Arzobispo Oscar Romero se
dirigió por escrito al Presidente Carter en 1980, poco antes de su asesinato, pidiéndole
en vano que pusiera fin al apoyo de E.U.A. los estados terroristas, éste comunicaba al
rector de la Universidad Jesuita, Padre Ignacio Ellacuria, que se veía atado al
"nuevo concepto de estrategia de guerra especial, la cual consistía en la supresión
de cualquier intento de organización popular bajo acusación de Comunismo o
terrorismo..." De modo que el Padre Ellacuria informaba, poco antes de ser asesinado
por la misma mano negra, una década más tarde, que los hechos revestían la década
asesina de un simbolismo tan espeluznante como eficaz.

"Estos agentes terroristas del estado reciben adiestramiento de
EE.UU. para garantizar su debida asimilación y orientación para con los objetivos
norteamericanos", comunicaba el Secretario de Defensa Robert McNamara al Asesor del
Consejo de Seguridad Nacional, McGeorge Bundy en 1965. Este es un asunto de particular
relevancia "en el ámbito cultural de la América Latina, donde se reconoce al
ejército el poder de destituir a los gobernantes de sus cargos, si, a juicio de los
militares, su conducta es injuriosa para con el bienestar de la nación. Es derecho del
ejército, y de aquellos que se encargan de proporcionarle la debida orientación, el
privilegio de determinar el bienestar de la nación, y no de las bestias de carga que
duramente trabajan, sufren y mueren en sus propias tierras.

Cuando el Departamento de Estado hizo pÅ›blico el envío de una nueva
remesa de armamento como recompensa a los logros de Colombia en el terreno de los derechos
humanos y la democracia, sin duda tenía acceso al historial de atrocidades recopilado por
la principal organización pro Derechos Humanos en Colombia. Tenía pleno conocimiento del
papel de los EE.UU. en la implantación y el respaldo de un régimen de terror y
opresión. El ejemplo, desgraciadamente, sigue un típico patrón que apenas varía,
además de ser perfectamente verificable. Conforme la "Guerra Sucia" de la
década de 1980 fue alcanzando su cada vez más fatídico peaje en vidas humanas, los
EE.UU.A. fueron estrechando su colaboración. Entre 1984 y 1992, 6.844 soldados del
ejército colombiano eran adiestrados bajo el auspicio del Programa Internacional de
Adiestramiento Militar estadounidense. Más de 2.000 colombianos eran adiestrados entre
1990 y 1992, periodo en el que la violencia alcanzaba niveles sin precedentes", bajo
la presidencia de César Gaviria, segÅ›n informes de la Oficina de Asuntos
Latinoamericanos de Washington, corroborando las conclusiones de diversos observatorios
internacionales pro Derechos Humanos. El presidente Gaviria era un predilecto de
Washington tan admirado que la administración Clinton lo impuso como Secretario General
de la Organización de Estados Americanos, en un juego de poder que suscitó gran
resentimiento. " [Gaviria] Ha mostrado una gran visión de futuro en la creación de
instituciones democráticas en un país en el que, en ocasiones, resulta peligroso
hacerlo," manifestaba un representante de OAS -- sin ahondar, no obstante, en la
causalidad del "peligro". El programa de adiestramiento dirigido a los oficiales
del ejército colombiano es el más importante de todo el hemisferio, y la ayuda militar
que proporciona EE.UU. a Colombia actualmente constituye la mitad del total destinado al
hemisferio. Y se ha incrementado con Clinton, segśn un informe de Human Rights Watch, que
ańade que planeaba incrementar su capacidad de emergencia de endeudamiento ante la
eventualidad de que el Pentágono pudiera resultar insuficiente dada la necesidad de
incremento. La tapadera oficial para la colaboración en el delito es "la guerra
contra los grupos insurgentes y los narcotraficantes". En su informe de nuevas ventas
de armamento de 1989, el Departamento de Estado se basaba en sus propios informes sobre
los Derechos Humanos, en los el monopolio de la violencia se atribuía a los grupos
insurgentes y a los narcotraficantes. Así es como EE.UU. "justificaba" su
suministro de equipamiento y adiestramiento militar a los torturadores y exterminadores de
masas. Un mes más tarde, George Bush anunciaba el mayor envío de armamento jamás
autorizado, en virtud de las disposiciones de emergencia contempladas en la Ley de Ayuda
Internacional. El destinatario de las armas, no obstante, no era la Policía Nacional,
actual responsable de la práctica totalidad de las operaciones contra el narcotráfico,
sino el ejército. Los helicópteros y los aviones de transporte, como ya se apuntara en
el momento, son inśtiles en la guerra contra las drogas, aunque, no para otras
finalidades. Los grupos pro Derechos Humanos puntualmente informaban del bombardeo de
aldeas y demás barbaries. Resulta insólito también que Washington no estuviera al
corriente de que las fuerzas de seguridad a las que apoyaba estuvieran estrechamente
implicadas en operaciones de narcotráfico, y, textualmente, como claramente reconocen sus
líderes, el objetivo fuera el "enemigo interno", susceptible de apoyar o, de
una u otra forma, dejarse influir por los "subversivos".

En una conferencia sobre el terrorismo de estado organizada por los
Jesuitas en El Salvador y celebrada en enero de 1994, se advertía de a la
"pertinencia de investigar... el peso que la cultura del terror ha tenido en la
domesticación de las expectativas de la mayoría con respecto a alternativas que no
fueran las de los poderosos." Este es el punto crucial, cuando tales métodos se
emplean para subyugar al "enemigo interno." La física israelí Ruchma Marton,
quien forma parte de la vanguardia en la investigación de los métodos de tortura
empleados por las fuerzas de seguridad de su propio país, apunta a que, dado que las
confesiones obtenidas bajo tortura carecen de valor, el verdadero propósito de la tortura
no es la confesión, sino que es más bien el silencio, "el silencio inducido por el
miedo." "El miedo es contagioso," proseguía, "y se extiende a los
demás miembros del grupo oprimido, silenciándolos, paralizándolos. La inducción al
silencio mediante el suplicio es el verdadero objetivo de la tortura, en su sentido más
profundo y fundamental." Lo mismo ataÅ„e a todos los demás aspectos de las doctrinas
que han sido urdidas y aplicadas, con o sin orientación y apoyo, a base de una serie de
procedimientos fraudulentos. La imposición del silencio del enemigo interno es vital en
las democracia-duras que la política de Estados Unidos de América pretende imponer en
sus dominios, desde que "asumiera, en base a sus propios intereses, la
responsabilidad del bienestar del sistema capitalista mundial", segÅ›n profería el
diplomático e ilustre historiador de la CIA Gerald Haines, en un debate sobre la
invasión norteamericana de Brasil en 1945 -- e incluso antes, lo cual habría de tener
también importante repercusión interna. Es vital imponer el silencio, máxime, en la
región donde se dan las mayores desigualdades del mundo, gracias, en gran medida, a las
políticas de la superpotencia que prácticamente la controla. Es necesario imponer el
silencio y hacer que cunda el pánico en países como Colombia, donde el selecto 3% de la
elite posee más del 70% de la tierra cultivable, mientras el 57% de los campesinos más
pobres subsisten con el 3% --, en un país donde el 40% de la población vive en la
"más extrema pobreza", incapacitado para cubrir sus necesidades de subsistencia
más básicas, a tenor de un informe oficial del gobierno de 1986, y el 18% de sus gentes
vive en la "absoluta miseria" sin posibilidad de satisfacer sus necesidades
básicas de nutrición. El Instituto Colombiano de Bienestar Familiar calcula que cuatro
millones y medio de niÅ„os menores de 14 aÅ„os, la mitad de los niÅ„os del país, son
pasto del hambre. Recordemos que se trata de un país de enorme potencial y recursos, que
cuenta con "una de las economías más saludables y florecientes de América
Latina," segśn aseguraba el experto en la materia, John Martz, en Current History,
loando este triunfo del capitalismo en una sociedad con "estructuras
democráticas", que, al margen de sus inevitables defectos, figura entre los más
consolidados del continente," modelo de "una bien instituida estabilidad
política" --, conclusiones que no resultarían desacertadas, si no fuera por el
sentido que se les pretende dar.

Los efectos del adiestramiento y la venta de armamento de EE.UU. no se
limitan a Colombia. El historial de los horrores está plagado. En el diario Jesuita
América, el Reverendo Daniel Santiago, sacerdote radicado en El Salvador, informaba en
1990 de la historia de una campesina que, un día, al llegar a casa, se encontró a su
madre, hermana y tres hijos sentados alrededor de una mesa, en la que sus cabezas
seccionadas yacían frente a sus mutilados cuerpos y sus manos colocadas sobre sus propias
cabezas, "cual si estuvieran dándose palmaditas." A los asesinos de la Guardia
Nacional SalvadoreÅ„a les había resultado difícil conseguir que las manos del bebe de 18
meses se mantuvieran en su sitio, de modo que las habían clavado en su cabeza. Un enrome
cuenco de plástico repleto de sangre presidía el centro de la mesa. Dos aÅ„os antes, el
grupo salvadoreÅ„o pro Derechos Humanos, que se mantenía al pié del cańón pese al
asesinato de sus fundadores y directores informaba de la aparición de 13 cadáveres en
las dos semanas siguientes, de los que la mayoría presentaba signos de tortura y entre
las que se hallaban dos mujeres que habían sido colgadas del pelo a un árbol, siéndoles
seccionados sus pechos, y sus rostros pintados de rojo. Los hallazgos son el pan de cada
día, pero el momento resultaba significativo puesto que Washington se hallaba a punto de
concluir con éxito la cínica exención de sus criminales clientes de los términos de
los acuerdos de paz de Centro América, proclamando la "justicia, la libertad y la
democracia" imperante, "el respeto por los derechos humanos," y las
garantías de "integridad e inviolabilidad de toda forma de vida y libertad." El
historial es interminable e interminablemente asolador. Tan macabras escenas, raramente
reflejadas en la prensa convencional de los EE.UU., están diseÅ„adas para la
intimidación. Más adelante Santiago describe que "los escuadrones de la muerte no
sólo asesinan a la gente -- la decapitan y luego los empalan en altas estacas que luego
utilizan para ornamentar el panorama. La Guardia del Tesoro Salvadoreńo no se contenta
con destripar a los hombres, sino que tiene que seccionar sus genitales y rellenar con
ellos sus bocas. La Guardia Nacional no sólo viola a las mujeres salvadoreńas, sino que
les extrae sus śteros y los utiliza para cubrir sus rostros. No les es suficiente con
asesinar a los nińos, los arrastran sobre alambre espinoso hasta que se les desprende la
carne de sus huesos, mientras sus padres son obligados a presenciarlo. La estética del
terror en El Salvador es religiosa. El propósito es asegurarse de que el individuo quede
totalmente subordinado a los intereses de la Madre Patria, razón por la que, en
ocasiones, los escuadrones de la muerte son denominados por el partido gobernante, ARENA,
"Ejércitos de Salvación Nacional". Lo mismo ocurre en la vecina Guatemala. En
la tradicional "cultura del miedo", el experto en asuntos latinoamericanos Piero
Gleijeses escribía, "la paz y el orden se garantizaban mediante una feroz
represión, y, sus coetáneos, siguen el mismo curso: "Al igual que a los indios se
les tildó de bestias salvajes para justificar su explotación, también los grupos
sociales son tachados de terroristas, traficantes de drogas o como quiera que sea el
término artístico actual. La razón fundamental, no obstante, sigue siendo la misma: las
bestias salvajes pueden caer bajo la influencia de los "subversivos" que
cuestionan el régimen de injusticia, opresión y terror, que debe reinar al servicio de
los intereses de los inversores extranjeros y de los privilegios nacionales.

Durante estos espeluznantes ańos, no ha habido nada tan inspirador
como el coraje y la dedicación de todos aquellos que han luchado por superar la cultura
del miedo en sus atormentados países. En el camino han caído abatidas las voces de las
víctimas silenciadas por el poderoso -- un crimen tras otro. Pero han recogido el testigo
de la lucha y la excelente labor del Padre Giraldo, cuyas elocuentes palabras no sólo
debieran servirnos de aliento, sino de fuerza de inspiración para actuar y poner fin a
estos actos de terror en la medida de lo posible. Su testimonio aquí constituye una
"urgente petición". Debiera hallar una respuesta, pero no ha de quedar sólo en
eso, porque nuestras responsabilidades van mucho más allá. El destino de los colombianos
y de mucha otra gente depende de nuestra disposición y capacidad para reconocer y atajar
este tipo de actuaciones.

 

Noam Chomsky

Cambridge, MA

Mayo de 1995

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