Bond, Nelson La voz del extrano cubo (1937)


LA VOZ DEL EXTRAŃO CUBO
NELSON BOND
Todo Xuthil bullía de excitación. Las anchas carreteras y las serpenteantes rampas que conducían al foro
pśblico, se hallaban abarrotadas con los cuerpos de cien mil habitantes, que avanzaban a codazos y
empellones, mientras en los barrios residenciales de la capital, millones de moradores que no podían
presenciar el espectáculo de primera mano, esperaban ansiosamente junto a sus menavisores a que
llegasen las primeras noticias.
El extraÅ„o cubo se había abierto. La gigantesca losa de mármol, cuyas enhiestas y brillantes paredes se
alzaban a centenares de pies sobre las cabezas de los xuthilianos más altos, y cuya gran base cuadrada, que
tenía más de un centenar de anchos de casa por lado, acababa de abrirse apenas unas horas... un bloque
perfectamente engrasado se deslizó hacia atrás, mostrando un negro pozo que abría su boca tenebrosa en
las profundidades.
Un grupo de atrevidos exploradores, armados hasta lo dientes, habían penetrado ya en las entraÅ„as del
extraÅ„o cubo. No tardarían en regresar para rendir un informe pÅ›blico y era esto lo que todo Xuthil
esperaba conteniendo el aliento.
NingÅ›n ser viviente conocía la finalidad çÅ‚o se atrevía a calcular la tremenda antigüedadçÅ‚ de aquel
extraÅ„o cubo. Los más antiguos documentos que figuraban en las bibliotecas xuthilianas mencionaban ya su
existencia, atribuyéndole un origen divino. Pues había que reconocer que ni siquiera las hábiles manos de la
raza que entonces dominaba la Tierra habrían podido alzar tan gigantesca construcción. Era obra de los
titanes o de algśn dios.
Así es que, con los menavisores sintonizados con el foro para captar las primeras imágenes mentales
que desde allí retransmitirían los miembros del grupo de exploración, todo Xuthil zumbaba presa de una
actividad febril.
De pronto, una pálida luminosidad glauca inundó las pantallas reflectoras de los menavisores y un
estremecimiento recorrió las hileras de espectadores. El grupo de exploración había regresado. Tul, el jefe
de todos los sabios xuthilianos, subió al estrado circular con su frente ancha e inteligente fruncida por una
arruga de preocupación. Sus seguidores avanzaban tras él con aspecto igualmente abrumado.
Tul se colocó ante la unidad proyectora de imágenes. Al mismo tiempo, una confusa escena comenzó a
grabarse en las mentes de su auditorio... una imagen que se iba haciendo cada vez más clara y distinta a
medida que el contacto mental se hacía más fuerte.
Todos y cada uno de los xuthilianos se vieron avanzando tras el resplandor que proyectaba una potente
lámpara por un largo corredor de mármol que descendía en línea recta. Era un pasadizo de bóveda
elevadísima, formado por sillares que ajustaban sin dejar resquicios aparentes entre sí. Sus pies hollaban las
telarańas y el polvo de los siglos y el aire guardaba el mohoso perfume de los ańos que fueron. Alguien
dirigió el rayo de una lámpara hacia el techo del pasadizo y su luz se perdió en las vastas proporciones de
la cámara abovedada.
Luego, el pasadizo se ensanchó, convirtiéndose en un gran anfiteatro... una estancia inmensa que hacía
parecer insignificante el espacioso foro xuthiliano. Todos cuantos contemplaban los menavisores se vieron
avanzar telepáticamente, repitiendo lo que había hecho Tul, con pasos apresurados, para luego detenerse y
pasear el rayo de la lámpara por el lugar más extraÅ„o que imaginarse pueda. Hilera sobre hilera de cajones
metidos en nichos cubiertos de placas de bronce en las que se veían jeroglíficos grabados... este era el
contenido del extraÅ„o cubo. Esto y nada más.
La imagen se hizo borrosa y terminó por desvanecerse. Los pensamientos de Tul la sustituyeron,
comunicándose directamente a cada espectador.
çÅ‚Es innegable que existe un enorme misterio que aÅ›n hay que resolver, por lo que se refiere a este
curioso cubo. Ignoramos lo que contienen estos cajones. Tal vez sean archivos de una raza extinta hace
mucho tiempo. Mas harán falta largos aÅ„os de duro trabajo, aun contando con el instrumental más
moderno, para abrir tan sólo uno de estos titánicos estantes. Su gigantesco tamaÅ„o e intrincada
construcción frustrará todos nuestros esfuerzos. Si fueron seres vivientes quienes construyeron este extraÅ„o
cubo çÅ‚y debemos suponer que lo fueronçÅ‚ su organismo debía estar hecho a una escala tan
inmensamente superior a la del nuestro, que nos consideramos totalmente incapaces de comprender la
finalidad de sus instrumentos. Solamente una de las cosas encontradas en el interior del cubo puede
compararse, hasta cierto punto, con aparatos que nosotros conocemos y manejamos.
Volviéndose, Tul efectuó una seÅ„a a dos de sus ayudantes. Éstos avanzaron tambaleándose bajo el peso
de una enorme losa de piedra de forma circular, montada en el interior de un cuadrado que parecía hecho
de un extraÅ„o material fibroso. A esta gigantesca plataforma se hallaba sujeto un grueso cable elástico, de
un diámetro casi dos veces mayor al del cuerpo de quienes lo transportaban.
çÅ‚El cable sujeto a esta losa çÅ‚continuó TulçÅ‚ es larguísimo. Penetra hasta el corazón del extraÅ„o cubo.
Es evidente que tiene alguna relación con su secreto, pero ignoramos cual puede ser ésta. Nuestros
ingenieros tendrán que desmontar la losa para descubrir el enigma que oculta. Como ustedes pueden ver,
es un cuerpo de naturaleza sólida...
Tul subió sobre la losa.
Cuando Tul trepó sobre el botón pulsador, la corriente inactiva, que dormía desde hacía siglos en las
baterías, se puso en movimiento y desde las tenebrosas profundidades del curioso cubo un altavoz
accionado eléctricamente habló:
«Hombres çÅ‚dijo una voz humanaçÅ‚, hombres del siglo cincuenta... nosotros, vuestros hermanos del
siglo veinticinco, acudimos a vosotros. En nombre de la Humanidad, os pedimos ayuda.
Mientras pronuncio estas palabras, nuestro sistema solar se hunde en el seno de una nube de cloro de
la que no saldrá durante cientos de aÅ„os. Toda la Humanidad está condenada a la destrucción. En esta
bóveda especialmente construida hemos depositado, para que en ella reposen, las diez mil mentes más
preclaras de la Tierra, cerradas herméticamente para que permanezcan sumidas en un sueÅ„o cataléptico
hasta el siglo cincuenta. Entonces, el peligro ya habrá pasado.
Por śltimo, se ha abierto la puerta de nuestra cripta. Si aśn quedan hombres vivos y la atmósfera es
pura, que alguien baje la palanca situada junto a la puerta de nuestro panteón y nosotros nos
despertaremos.
Si ningśn hombre escucha esta sśplica; si no queda ningśn hombre vivo, entonces: adiós mundo. Los
dormidos restos de la raza del hombre dormirán para toda la eternidad.
çÅ‚Es un cuerpo sólido çÅ‚repitió TulçÅ‚. Sin embargo, como pueden ver, parece ceder ligeramente
çÅ‚continuó con cierta vacilaciónçÅ‚. Ciudadanos de Xuthil, este misterio nos parece tan desconcertante
como a todos vosotros. Pero podéis estar convencidos que el Consejo de Sabios hará todos los esfuerzos
posibles por resolverlo.
El verdoso resplandor de los menavisores se desvaneció, Xuthil, perplejo y maravillado, volvió a sus
quehaceres diarios. En las esquinas y en las salas, en los hogares y en las oficinas, los xuthilianos se
detenían brevemente para tocarse mutuamente con las antenas y comentar el extraÅ„o suceso.
Pues hay que saber que la voz surgida desde el extrańo cubo no fue escuchada por criatura humana.
Los dueńos del mundo en el siglo cincuenta eran hormigas... y las hormigas no oyen.
F I N
Título Original: The Voice from the Curious Cube © 1937.
Digitalización, Revisión y Edición Electrónica de Arácnido.
Revisión 4.


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