Ballard, J G El delta en el crepusculo


El delta en el crepśsculo
J.G. Ballard
TODAS LAS TARDES, cuando el crepśsculo denso y polvoriento se extenda sobre los
riachos y el lodo seco del delta, las serpientes salan a las playas. Somno-liento,
tendido en la silla de mimbre plegadiza, bajo el toldo del pabellón, Charles Gifford
miraba las formas sinuosas que se enroscaban y desenroscaban subiendo por las
cuestas. En la opaca luz azul el crepśsculo barra las playas hśmedas como un reflector
que iba apagndose, y los cuerpos entrelazados brillaban con un resplandor casi
fosforescente.
Los riachos ms cercanos estaban a trescientos metros del campamento, pero por
algśn motivo la aparición de las serpientes coincida con la recuperación de Gifford,
que sala de la fiebre de la tarde. Cuando la fiebre se iba, llevndose consigo el
diorama ya familiar de unos reptiles espectrales, Gifford se sentaba en la silla de
mimbre y descubra las serpientes que se arrastraban por las playas, casi como si
fueran aquellos mismos sueńos materializados. Involuntariamente examinaba la arena
alrededor del pabellón buscando rastros de pieles hśmedas.
 Lo raro es que salen siempre a la misma hora  le dijo al gua indio que haba dejado
la cocina del campamento y lo cubra ahora con una manta . En un momento no hay
nada all, y en el siguiente miles de ellas pululan en todo el barro.
 żNo fro, seńor?  preguntó el indio.
 Mralas ahora, antes que desaparezca la luz. Es realmente fantstico. Tiene que
haber un umbral claro y definido...  Trató de alzar la cara plida y barbuda sobre el
arco de protección del pie, y dijo de pronto:  ĄEst bienl ĄEst bien!
 żDoctor?
El gua, un indio de treinta ańos llamado Mechipe, siguió arreglando el arco, volviendo
a Gifford una cara de teca venosa y curtida, y mirndolo con ojos lmpidos.
 ĄTe dije que te apartarasl
Apoyndose dbilmente en un codo, Gifford observó cómo la luz se apagaba ahora
sobre los tortuosos terraplenes del delta, barriendo una śltima imagen de las
serpientes. Todas las tardes, a medida que el calor del verano aumentaba, los
animales eran ms numerosos, como si conociesen de algśn modo los perodos de
fiebre de Gifford, cada vez ms largos.
 Seńor, żtraigo otra manta?
 No, por Dios  dijo Gifford.
Los hombros flacos le temblaban en el aire fro del atardecer, pero ignoró la molestia.
Se miró el cuerpo inerte y cadavrico bajo la manta, examinndolo con una
indiferencia que no haba sentido por los indios desconocidos que agonizaban en el
hospital de campańa de la OMS, en Taxcol. Al menos haba una tranquilidad pasiva en
los indios, la impresión de que la integridad de la carne y el espritu estaba en ellos
todava intacta, y que el fracaso de uno de los dos no haca otra cosa que reforzar aśn
ms esa integridad. Gifford hubiese querido alcanzar ese nivel de fatalismo; hasta el
ms miserable de los nativos, identificado con el flujo irrevocable de la naturaleza,
haba cubierto un lapso mayor de ańos que el de los europeos o norteamericanos ms
longevos, obsesionados por el paso del tiempo, tratando siempre de incorporar
vidamente las llamadas experiencias significativas. En cambio l, Gifford, haba
desechado su propio cuerpo, apartndolo como el cónyuge ya inśtil de un matrimonio
de conveniencia. Esa falta tan notable de fidelidad a s mismo lo humillaba de veras.
Gifford se palmeó las costillas huesudas.
 No es esto, Mechipe, lo que nos ata a la mortalidad, sino nuestros malditos egos 
le sonrió al gua . Louise estara de acuerdo, żno crees?
El gua miraba una hoguera de desperdicios que creca detrs del campamento.
Bruscamente volvió la cabeza a la figura recostada en la silla, y los ojos le brillaron
como puntas de flechas a la luz aceitosa del matorral incendiado.
 żSeńor? żQuiere... ?
 Olvdalo  dijo Gifford . Trae dos whiskies con soda. Y ms sillas. żDónde est la
seńora?
Miró a Mechipe, que no respondió. Los ojos de los dos hombres se encontraron
brevemente, en un instante de claridad absoluta. Quince ańos antes, cuando Gifford
haba llegado al delta con la primera expedición arqueológica, Mechipe era uno de los
ayudantes jóvenes. Ahora, ya en la madurez tarda de los indios  las arrugas y las
cicatrices profundas le haban borrado las incisiones en las mejillas , era experto en
cuestiones de campamento.
 La seńora Gifford... descansa  dijo Mechipe crpticamente, y continuó tratando de
cambiar el tempo y la dirección del dilogo : Le dir al seńor Lowry y luego traigo el
whisky y una toalla caliente, doctor.
 Est bien, Mechipe.
Recostado, sonriendo irónicamente, Gifford escuchó los pasos del gua que se alejaban
por la arena. Los sonidos leves del campo se movan alrededor  el chapoteo del agua
en la casilla de la ducha, las voces apagadas de los indios, el gemido de un perro del
desierto que rondaba el vaciadero de basura y Gifford se hundió en el cuerpo flaco y
cansado, tendido all como una colección de huesos en un saco de noche, notando en
los miembros que los sentidos debilitados del tacto y la presión despertaban de nuevo.
A la luz de la luna las playas blancas del delta resplandecan como riberas de tiza
luminosa; las serpientes emponzońaban la cuesta como las adoradoras de un sol de
medianoche.
Media hora despus, bebieron juntos los whiskies en el aire oscurecido. Reanimado por
el masaje, Charles Gifford se sentó erguido en la silla, moviendo el vaso. El whisky le
haba aclarado el cerebro un momento; por lo general no le gustaba hablar de las
serpientes delante de Louise, y menos aśn delante de Lowry, pero el nśmero de
aquellas criaturas haba aumentado tanto que le pareció importante mencionarlas.
Senta adems el placer algo malicioso  menos divertido ahora que en otro tiempo
de ver cómo Louise se estremeca ante la menor alusión a las serpientes.
 Lo ms extraordinario  explicó es cómo aparecen en las playas a la misma hora.
Debe de haber un nivel preciso de luminosidad, un nśmero exacto de fotones al que
responden... presumiblemente una reacción innata.
El doctor Richard Lowry, ayudante de Gifford y conductor interino de la expedición
desde el da del accidente, sentado ahora en el borde de la silla de lona, observó
incómodamente a Gifford haciendo girar el vaso de whisky debajo de la larga nariz. Lo
haban puesto de cara al viento, frente a los vendajes flojos que envolvan el pie de
Gifford (pequeńas venganzas de esta clase aunque infantiles ayudaban a que Gifford
continuara interesndose en la gente) y preguntó apartando la cara:
 żPero por qu aumentaron de pronto? Hace un mes no se vea ninguna serpiente.
 Dick, Ąpor favorl  Louise Gifford miró a Lowry con una expresión de atormentada
fatiga . żEs necesario?
 Hay una respuesta clara  le dijo Gifford a Lowry . El delta se seca en verano, y
empieza a parecerse a las lagunas de cincuenta millones de ańos atrs. Los anfibios
gigantes haban muerto entonces, y los reptiles pequeńos eran la especie dominante.
Esas serpientes llevan en s quiz lo que es de algśn modo un paisaje interior cifrado,
una imagen del paleoceno tan ntida como nuestros propios recuerdos de Nueva York y
Londres  se volvió hacia Louise y la distante fogata de desperdicios le cubrió la cara
de sombras . żQu pasa, Louise? No me digas que no recuerdas Nueva York y
Londres.
 No s si las recuerdo o no  Louise apartó un rizo rebelde que le caa sobre la
frente . Quisiera que no pensases todo el tiempo en esos animales.
 Bueno, estoy empezando a entenderlos. Me ha desconcertado siempre que
aparezcan a la misma hora. Adems no tengo otra cosa que hacer. No quiero
quedarme aqu sentado, mirando esa maldita ruina tolteca.
Hizo un ademn hacia la colina de piedra arenisca que se alzaba contra las nubes
blancas iluminadas por la luna, a orillas del banco aluvial, a un kilómetro del
campamento. Antes del accidente de Gifford las sillas haban mirado hacia las ruinas
de la ciudad de terrazas que asomaba entre los cardos de la colina. Pero Gifford se
haba cansado de mirar todo el da las galenas y columnatas desmoronadas donde
Louise y Lowry trabajaban juntos. Le dijo a Mechipe que desmontase el toldo y lo
volviera noventa grados, pues quera conservar la śltima luz del crepśsculo
apagndose sobre el delta occidental. Las llameantes hogueras de residuos que vean
ahora animaban apenas la escena. Una tarde, luego de contemplar durante horas los
riachuelos interminables y los bancos de lodo  el-agua descenda en el verano
descubriendo unas orillas cada vez ms sinuosas , Gifford haba visto por primera vez
las serpientes.
 Quiz sólo buscan un poco de oxgeno  comentó Lowry. Notó que Gifford lo miraba
con una expresión de fastidio crtico y continuó : Jung dice que la vbora es ante todo
un smbolo del inconsciente, y que se nos aparece anunciando siempre una crisis
psquica.
 Tendra que aceptarlo, quiz  dijo Charles Gifford, y rió de mala gana sacudiendo el
pie debajo del arco . No me queda otro remedio, żverdad, Louise?  Louise observaba
las fogatas con una expresión de aturdimiento, y antes que ella pudiese responder
Gifford continuó : Aunque en realidad no estoy de acuerdo con Jung. Para m la
serpiente es un smbolo de transformación. Todas las tardes, a la hora del crepśsculo,
se recrean aqu las grandes lagunas del paleoceno, no sólo para las serpientes sino
tambin para ustedes y para m, si miramos con cuidado. Por algo es la serpiente un
smbolo de sabidura.
Richard Lowry frunció el ceńo, clavando lo ojos en el vaso.
 No estoy convencido, seńor. Fue el hombre primitivo quien tuvo que asimilar los
acontecimientos del mundo exterior a los de la propia psique.
 Absolutamente cierto  replicó Gifford . żDe qu otro modo puede tener significado
la naturaleza a menos que ilustre un acontecimiento interior? Los śnicos paisajes
reales son los internos, o sus proyecciones externas, como este delta  le pasó el vaso
vaco a Louise . żEsts de acuerdo, Louise? Aunque tś tal vez tengas una opinión
freudiana sobre las serpientes.
Este dbil golpe de timón, ejecutado con la frialdad que era ahora caracterstica de
Gifford, detuvo la charla. Impaciente, Lowry miró su reloj, deseando alejarse cuanto
antes de Gifford y aquellas patticas groseras. Gifford, con una sonrisa helada en los
labios, esperaba a que Lowry lo mirara; curiosamente, Lowry le pareca ms antiptico
porque se negaba a tomarse el desquite, que por la relación todava ambigua pero ya
cristalizante entre l y Louise. Mediante esa neutralidad meticulosa y esos buenos
modales, Lowry intentaba quiz conservar un mundo al que Gifford haba vuelto la
espalda, ese mundo en el que no haba serpientes en las playas y donde los
acontecimientos se sucedan en un solo plano temporal, como la proyección borrosa de
un objeto de tres dimensiones en una cmara oscura defectuosa.
La amabilidad de Lowry era tambin, por supuesto, un esfuerzo por protegerse a s
mismo y proteger a Louise de la lengua irascible de Gifford. Como Hamlet, que
aprovechaba la locura para insultar e interrogar a todo el mundo, Gifford utilizaba a
menudo el fatigado intervalo de lucidez que segua a la cada de la fiebre para hacer
los comentarios ms punzantes. Cuando sala de aquella penumbra superficial,
envueltas aśn las imgenes de Louise y Lowry por los mndalas rotatorios que vea en
sueńos, daba rienda suelta a un humor atormentado. Que de este modo estuviese
impulsando a Louise y Lowry a un climax inevitable estimulaba aśn ms a Gifford.
Aquel largo adiós a Louise, prolongado durante tantos ańos, pareca posible al fin,
aunque fuese sólo una parte de un adiós mayor, la inmensa despedida en que Gifford
estaba a punto de aventurarse. Los quince ańos de matrimonio haban sido un poco
ms que un solo adiós frustrado, una bśsqueda de medios para un fin que el firme
carcter de los dos haba evitado siempre.
Mirando el perfil de Louise, paspado por el sol pero todava hermoso, el pelo rubio
descolorido que le caa sobre los hombros delgados, Gifford comprendió que su
aversión no era de ningśn modo personal, sino parte del sincero fastidio que senta por
casi toda la raza humana; y esa misma profunda misantropa era sólo un reflejo del
imperecedero desprecio que senta por s mismo. Haba pocas personas que l hubiese
querido de veras, pero tambin haba habido pocos 5 momentos en los que se hubiera
querido a s mismo. Toda su vida de arqueólogo, desde la temprana adolescencia
cuando haba empezado a recoger moluscos fósiles en un cercano crestón de piedra
caliza, haba sido un esfuerzo inequvoco por regresar al pasado y descubrir el origen
de su propia aversión.
 żCrees que mandarn un aeroplano?  preguntó Louise luego del desayuno, a la
mańana siguiente . Antes hubo un ruido...
 Lo dudo  dijo Lowry alzando los ojos al cielo . No lo pedimos. Ya nadie utiliza el
campo de aterrizaje de Taxcol. El puerto se seca en verano y todos se van de la costa.
 Pero habr un mdico. Tiene que haber quedado alguien.
 S, hay un mdico permanente para la zona del puerto.
 Un idiota borracho  intervino Gifford . Me niego a que esas manos infectas me
toquen. Olvdate del mdico, Louise. Aunque alguien est dispuesto a venir aqu,
żcómo crees que llegar?
 Pero Charles...
Gifford, irritado, seńaló los resplandecientes bancos de lodo.
 Todo el delta se est secando como una bańera
sucia. Nadie se expondr a una buena dosis de malaria sólo para entablillarme el
tobillo. De todos modos, ese muchacho que envió Mechipe debe de estar
haraganeando por ah todava.
 Pero Mechipe dijo que era de confianza  Louise miró desanimadamente a Gifford,
que se haba recostado en la silla . Dick, tenas que haberlo acompańado. Ya estaras
all ahora.
Lowry asintió, incómodo.
 Bueno, no pens... Todo se arreglar. żCómo est la pierna, seńor?
 Magnfica  Gifford haba estado observando el delta. Notó que Lowry lo miraba de
reojo con una cara larga y fruncida . żQu ocurre, Lowry? żLe molesta el olor?  De
pronto, exasperado, Gifford exclamó:  Hgame un favor y vayase a pasear, amigo.
 żQu?  Lowry lo miró sorprendido . Desde luego, doctor.
Gifford observó la figura acicalada de Lowry que se alejaba muy tiesa entre los toldos.
 Es espantosamente correcto, żverdad? Pero todava no sabe cómo tomar un insulto.
Yo me encargar de que practique.
Louise sacudió la cabeza lentamente.
 żEs necesario, Charles? Si no contramos con Richard, estaramos en un buen
aprieto. No creo que seas justo.
 żJusto?  Gifford repitió la palabra con una mueca . żDe qu hablas? Por Dios,
Louise.
 Est bien  respondió Louise pacientemente , pero no tienes por qu culpar a
Richard.
 No lo culpo. żEso es lo que dice tu querido Dick? Ahora que esto empieza a oler trata
de descargar en m toda la culpa...
-No...
Malhumorado, Gifford golpeó los brazos de la silla de mimbre.
 ĄClaro que s!  miró oscuramente a Louise torciendo la boca delgada, enmarcada
por la barba . No te preocupes, querida. Tś tambin lo hars cuando esto acabe.
 Charles, por favor.
 De todos modos, ża quin le importa?  Gifford, agotado, se recostó un momento, y
luego, sintiendo la cabeza curiosamente despejada y una calma casi eufórica, empezó
otra vez: Doctor Richard Lowry; cómo le importa el ttulo. Yo no hubiese podido ser
tan descarado a esa edad. Un doctorado en filosofa de tercera clase, en mrito a los
trabajos que yo hice por l, y se hace llamar "doctor".
 Tambin tś.
 No seas tonta. Recuerdo cuando me ofrecieron por lo menos dos ctedras.
 Pero no pudiste rebajarte aceptndolas  comentó Louise con una pizca de irona en
la voz.
 No, no pude  dijo Gifford con vehemencia . żSabes lo que es Cambridge, Louise?
]Est atestado de Richard Lowrys! Adems tuve una idea mucho mejor. Me cas con
una mujer rica. Era encantadora, hermosa, y respetaba mi talento caprichoso, aunque
de un modo levemente ambiguo. Pero sobre todo era rica.
 Qu agradable para ti.
 Los que se casan por dinero, lo ganan. Yo gan el mo de veras.
 Gracias, Charles.
Gifford rió entre dientes.
 Tś s que sabes cómo tomar un insulto, Louise. Es un problema de educación. Me
sorprende que no hayas elegido algo mejor que Lowry.
 żElegido?  Louise rió torpemente . No saba que lo haba elegido. Creo que Richard
es un hombre corts y bien dispuesto... como tś pensabas cuando lo tomaste de
ayudante, dicho sea de paso.
Gifford iba a responder cuando un escalofro le envolvió el pecho y los hombros. Tiró
dbilmente de la manta, aplastado por una poderosa sensación de inercia y fatiga. Miró
a Louise con ojos vidriosos, como si ya no recordara la enconada discusión. La luz del
sol se haba desvanecido, y una profunda oscuridad se extenda sobre la extensión del
delta, iluminada un momento por las retorcidas figuras de miles de serpientes.
Tratando de ver mejor, Gifford se inclinó hacia adelante, luchando con el ncubo que le
oprima el pecho, cayendo en seguida hacia atrs en un pozo de vrtigo y nusea.
 ĄLouise!
Louise le tomó rpidamente las manos y le sostuvo la cabeza. Gifford trató de vomitar,
luchando con los mśsculos contrados como una serpiente que trata de sacarse la piel.
Oyó en la penumbra que Louise llamaba a alguien a los gritos, y el arco de protección
cayó al suelo, arrastrando las ropas de la silla.
 Louise  susurró Gifford , quiero que una de estas noches... me lleves al sitio de las
culebras.
A menudo, en la tarde, cuando el dolor del pie aumentaba, Gifford abra los ojos y
siempre vea a Louise al lado. Los sueńos de Gifford no cesaban nunca, y lo llevaban
de un plano de ensueńo a otro, cada vez ms abajo, entronizndolo en los inmensos
mndalas, de crculos luminosos.
En los das que siguieron las conversaciones con Louise fueron menos frecuentes.
Gifford haba empeorado y ya apenas poda hacer otra cosa que mirar hacia los bancos
de lodo, casi ajeno a los movimientos y discusiones de alrededor. Louise y Mechipe
eran todava un puente tenue, que lo una de algśn modo a la realidad, pero el
verdadero centro de atención de Gifford era el nexo de playas donde las serpientes
aparecan a la cada de la tarde. Aquella zona era de veras intemporal, un sitio donde
se senta la simultaneidad del tiempo, la coexistencia de todos los acontecimientos de
la vida pasada.
Las serpientes aparecan ahora media hora antes. En una ocasión Gifford vislumbró las
formas albinas e inmóviles, tendidas en las laderas al aire caluroso del medioda. Las
pieles blancas como la tiza y las cabezas alzadas, inclinadas como la cabeza de Gifford,
les daban un aspecto de inconmensurable antigedad, como las esfinges blancas de los
corredores fśnebres en las tumbas faraónicas de Karnak.
Aunque Gifford se senta ahora mucho ms dbil, la infección se haba extendido sólo a
unos pocos centmetros por encima del tobillo, y Louise entendió en seguida que la
agravación era el sntoma de un profundo desorden psicológico, un mal de pasagge
inducido por el paisaje poderosamente atmosfrico que evocaba el mundo-laguna del
paleoceno. Durante uno de los intervalos de lucidez de Gifford, Louise propuso mudar
el campamento hasta la sombra de la colina, cerca de la ciudad tolteca donde ella y
Lowry llevaban a cabo los trabajos arqueológicos.
Pero Gifford se haba negado, pues no quera abandonar las serpientes de la playa. La
ciudad de terrazas no le gustaba por algśn motivo. No le importaba tanto haber trado
de all una infección que ahora le amenazaba la vida. Aceptaba sin demasiados
miramientos que ste haba sido un accidente desafortunado al que no poda atribuirse
ningśn significado especial. No obstante, la presencia enigmtica de la ciudad de
terrazas, de derrumbadas galeras y patios interiores cubiertos de cardos gigantes y
musgo, pareca un inmenso artefacto construido por el hombre y que se opona al
naturalismo superreal del delta. La ciudad, lo mismo que el delta, retroceda ahora en
el tiempo, y la decoración barroca de los muros  donde se vean unas divinidades
parecidas a serpientes se desvaneca reemplazada por los zarcillos entrelazados de
las plantas de musgo; las formas seudoorgnicas que el nombre haba grabado all
imitando a la naturaleza retornaban al modelo original. Lejos, detrs, como un
inmenso telón de fondo, la antigua ruina tolteca pareca un mastodonte en
descomposición, una montańa mortecina de oscuros sueńos terrestres que envolvan a
Gifford con una presencia luminosa.
 żTe sientes fuerte como para irnos?  preguntó Louise a Gifford una semana ms
tarde. No haba aśn noticias del mensajero de Mechipe. Louise observó a Gifford
crticamente. Estaba acostado a la sombra del toldo, y el cuerpo flaco era casi invisible
bajo el arco y las mantas; sólo la cara arrogante de barba espesa perteneca de algśn
modo al Gifford de antes . Quiz si nos encontrramos con la cuadrilla de bśsqueda a
mitad de camino...
Gifford sacudió la cabeza mirando los riachos casi secos del delta, ms all de los
llanos calcinados.
 żQu cuadrilla de bśsqueda? No hay ninguna lancha de tan poco calado entre aqu y
Taxcol.
 Quiz manden un helicóptero. Nos podran ver desde el aire.
 żUn helicóptero? Ests imaginando cosas, Louise. Tendremos que quedarnos aqu
otra semana por lo menos.
 Pero tu pierna  insistió Louise . Necesitas un mdico ...
 żCómo quieres que me mueva? Las sacudidas de una camilla me mataran en cinco
minutos.
Gifford alzó los ojos fatigados hacia la cara de Louise, plida y quemada por el sol,
esperando que se fuera.
Louise se haba inclinado hacia adelante, indecisa. Richard Lowry estaba sentado all a
cincuenta metros, al aire libre, fuera del toldo, tranquilo, observndola.
Involuntariamente, antes que Louise pudiese impedirlo, la mano se le movió para
arreglar el pelo.
 żEst Lowry ah?  preguntó Gifford.
 żRichard? S  Louise titubeó . Volveremos para el almuerzo. Te cambiar las
vendas entonces.
Cuando Louise se alejó, Gifford alzó ligeramente la barbilla examinando las playas
oscurecidas por la niebla de la mańana. Las lomas de barro cocido brillaban como
hormigón caliente, y a lo largo de los canales se escurra apenas un dbil hilo de fluido
negro. Aqu y all, en el fondo de los canales, asomaban unas isletas de cincuenta
metros de dimetro, unos hemisferios perfectos que daban una curiosa formalidad
geomtrica al paisaje. Toda la zona estaba completamente inmóvil, pero Gifford,
recostado en la silla, miraba las playas esperando a que apareciesen las serpientes.
Cuando Mechipe vino a servir el almuerzo, Gifford comprendió que Lowry y Louise no
haban regresado de las ruinas.
 Llvatelo  Gifford apartó la escudilla de sopa condensada . Treme un whisky con
soda. Doble  miró fijamente al indio . żDónde est la seńora Louise?
Mechipe puso de nuevo en la bandeja la escudilla de sopa.
 La seńora vendr pronto, seńor. El sol calienta mucho y se quedar all hasta la
tarde.
Gifford se recostó un momento pensando en Louise y Lowry, y la imagen de los dos
juntos tocó en Gifford el śltimo residuo de emoción. En seguida trató de apartar la
niebla con un movimiento de la mano.
 żQu es eso?
 żSeńor?
 Maldición, pens que haba visto una  la forma blanca que apenas haba alcanzado
a vislumbrar se desvaneció entre las lomas opalescentes, y Gifford sacudió lentamente
la cabeza . Sin embargo, es demasiado temprano. żDónde est ese whisky?
 Viene, seńor.
Jadeando, luego de haberse incorporado en la silla, Gifford miró impaciente los toldos
de alrededor. Detrs, en diagonal, emergiendo en el foco alargado de los ojos,
asomaban los largos costurones de la ciudad tol-teca. En algśn sitio, entre las galeras
y los corredores en espiral, estaban Louise y Richard Lowry. Desde las terrazas altas
que se alzaban sobre los bancos de arena, el campamento lejano debera de tener el
aspecto de unas pocas cascaras blanqueadas por el sol, custodiadas por un muerto
asegurado a una silla.
 Querido, lo siento mucho. Tratamos de regresar, pero me torc un pie...  Louise
Gifford rió alegremente . Casi como te ocurrió a ti, ahora que lo pienso. Quiz te haga
compańa dentro de un da o dos. Me alegra que Mechipe te haya cuidado y te
cambiara las vendas. żCómo te sientes? Tienes mejor aspecto.
Gifford asintió, somnoliento. La fiebre de la tarde haba bajado un poco, pero ahora se
senta agotado, sin fuerzas. Sólo el whisky que haba estado tomando a sorbos todo el
da daba cierta animación a la presencia locuaz de Louise.
 He pasado el da en el zoológico  dijo, ańadiendo con un humor fatigado : En la
jaula de los reptiles.
 Tś y tus culebras, Charles, eres divertido  Louise anduvo alrededor de la silla,
frente al viento, y luego se apartó para el lado de sotavento. Le hizo una seńa a
Richard Lowry, que entraba en la tienda llevando una bandeja de muestra* . Dick,
żqu te parece si nos damos una ducha y luego nos juntamos con Charles, para tomar
unos tragos?
 Buena idea  respondió Lowry . żCómo est?  Mucho mejor  dijo Louise, y
volvindose a Gifford continuó : No te incomoda, żverdad, Charles? Te har bien
conversar un poco.
Gifford movió vagamente la cabeza, y cuando Louise desapareció en los toldos, volvió
los ojos a las playas. All, a la luz de la tarde, las serpientes se escurran y retorcan,
deslizndose unas sobre otras, a lo largo de todo el horizonte, cada vez ms oscuro.
Haba ahora miles de serpientes, extendindose ms all de los mrgenes de la playa
en los terrenos que llegaban al campamento. Durante la tarde, cuando la fiebre haba
llegado al punto ms alto, haba tratado de llamarlas, pero tena la voz demasiado
dbil.
Luego, mientras tomaban los cócteles, Richard Lowry preguntó:
 żCómo se siente, seńor?  No obtuvo respuesta de Gifford, y dijo entonces: Me
alegra saber que la pierna ha mejorado.
 Mira, Dick, me parece que es psicológico  dijo Louise . Tan pronto como tś y yo
dejamos de molestarlo, Charles mejora.
Los ojos de Louise se encontraron con los de Lowry, y los dos se miraron un momento.
Lowry jugó con el vaso, y una leve sonrisa confiada le asomó en la cara blanda.
 żQu hay del mensajero? żHubo noticias?  żOste algo, Charles? Quiz pase un
avión en un par de das.
Durante este intercambio de agudezas, y las que se dijeron en los das siguientes,
Charles Gifford se mantuvo callado y retrado, hundindose cada vez ms en el paisaje
interior que naca en las playas del delta. Louise y Richard Lowry se le sentaban al lado
por las tardes, cuando regresaban de la ciudad de terrazas, pero Gifford apenas se
daba cuenta. Los dos eran ya para l como actores de un melodrama marginal, que se
movan en un mundo perifrico. De cuando en cuando pensaba en ellos, pero el
esfuerzo no pareca tener sentido. Las relaciones de Louise con Lowry no lo
inquietaban; en todo caso le agradeca a Lowry que lo hubiera librado de Louise.
Una vez, dos o tres das ms tarde, cuando Lowry se le acercó al atardecer, Gifford
despertó un momento y dijo secamente:
 O decir que encontraron un tesoro en la ciudad de terrazas.
Pero antes que Lowry pudiera contestarle, Gifford haba vuelto ya a sus ensońaciones.
Una noche, poco tiempo despus, cuando un sśbito espasmo de dolor lo despertó
cerca del alba, vio a Louise y Lowry que paseaban en la polvorienta oscuridad azul,
cerca de uno de los toldos. Durante un breve instante las dos figuras abrazadas se
alzaron como culebras enroscadas en la arena.
 ĄMechipel
 żDoctor?
 ĄMechipe!
 Estoy aqu, seńor.
 Esta noche, Mechipe  dijo Gifford , dormirs en mi toldo. żEntendido? Te quiero
cerca. Acustate en mi cama, si quieres. żMe oirs si llamo?
 Claro que s, seńor.
La cara de bano pulido observó a Gifford con cautela. Mechipe cuidaba ahora a Gifford
con una atención reveladora: Gifford, aunque todava un novato, haba entrado al fin
en un mundo de valores absolutos, compuesto por el delta y las serpientes, la
presencia melancólica de las ruinas toltecas, y la pierna moribunda.
Pasó la medianoche y Gifford se quedó tendido en la silla, mirando cómo suba la luna
llena sobre las playas luminosas. Como la corona de una medusa, miles de serpientes
se haban subido a las crestas de las playas y se extendan densamente por los bordes
del llano, exponiendo los lomos blancos a la luz de la luna.
 żMechipe?
El gua haba estado esperando en la oscuridad, sentado en cuclillas.
 żDoctor Gifford?
Gifford habló en voz baja, pero clara.
 Las muletas. All.  Mechipe le pasó los dos palos tallados y Gifford tiró a un lado las
mantas. Sacó con cuidado la pierna del arco de yeso, se sentó, y volcó el arco.
Apoyado en las muletas se inclinó hacia adelante hasta encontrar el equilibrio. El pie
vendado se alzaba all delante como un barrote de color blanco.  Bien. En la mesa, en
el cajón de la derecha, est mi pistola. Tremela.
Por primera vez, el gua vaciló.
 żPistola, seńor?
 Una Smith & Wesson. Tiene que estar cargada, pero hay una caja de balas en el
cajón.
El gua vaciló de nuevo, mirando hacia los dos toldos cercanos. Unos cortinados contra
el polvo cerraban las entradas. Todo el campamento estaba en silencio. La arena
todava tibia acallaba las leves rfagas de viento, y el aire era como talco.
 La pistola  dijo Mechipe . S, seńor.
Gifford se incorporó lentamente, y se detuvo. La cabeza le daba vueltas, pero el ancla
enorme del pie lo aseguraba al suelo. Tomó la pistola y seńaló el delta.
 Vamos a ver las serpientes, Mechipe. Tś me ayudas. żEsts listo?
Los ojos de Mechipe relampaguearon a la luz de la luna.
 żLas serpientes, seńor?
 S. Llvame a mitad de camino. Luego puedes volverte. No te preocupes, no me
pasar nada.
Mechipe asintió con lentos movimientos de cabeza, mirando hacia las playas.
 Lo ayudo, doctor.
Movindose trabajosamente por la arena, Gifford se apoyó en el brazo del gua. Poco
despus descubrió que la pierna izquierda le pesaba demasiado para poder levantarla y
arrastró el peso muerto por la arena blanda.
 Cristo, es lejos.  Haban avanzado veinte metros, y por algśn capricho óptico las
serpientes ms cercanas parecan estar a medio kilómetro de distancia, visibles apenas
entre las pendientes suaves. Adelante.
Caminaron dificultosamente otros diez metros. La boca abierta del toldo de Lowry
estaba a la izquierda, y la campana blanca de la red de mosquitos reluca entre las
sombras como un monumento funerario. Casi agotado, Gifford avanzaba
tambalendose, tratando de ver a travs de los colores del aire.
De pronto el revólver se descargó saltando en la mano de Gifford con un relmpago y
un rugido repentinos. Gifford sintió en el brazo los dedos endurecidos de Mechipe y oyó
en seguida el grito asustado de una mujer, y alguien que sala de la tienda de Lowry.
Una segunda figura  esta vez un hombre apareció detrs, y volvindose para
echarle una ojeada a Gifford se precipitó entre los toldos, corriendo con la cabeza baja
hacia la ciudad de terrazas, como un animal asustado.
Fastidiado por estas interrupciones, Gifford buscó ciegamente el arma, forcejeando con
las muletas. La oscuridad creció entonces alrededor, y la arena subió a golpearle la
cara.
A la mańana siguiente, mientras desmontaban y empaquetaban los toldos, Gifford se
sintió demasiado cansado para mirar hacia el delta. Las serpientes no aparecan hasta
las primeras horas de la tarde, y la decepción de no haber podido alcanzarlas la noche
anterior lo haba agotado.
Cuando sólo quedaba el toldo de Gifford en todo el campamento, y las armazones
desnudas de las duchas salan del suelo como piezas de una escultura abstracta,
Louise se acercó.
 Es hora de que te empaquen el toldo  Louise hablaba casualmente pero con
cautela . Los muchachos estn preparndote una camilla. Tienes que estar cómodo.
Gifford le indicó con un ademn que se marchase.
 No puedo ir. Dejen a Mechipe conmigo y llvense a los otros.
 Charles, muestra un poco de sentido comśn, por una vez  Louise, de pie, miraba a
Gifford serenamente . No podemos quedarnos aqu toda la vida, y tś necesitas
tratamiento. Es ya evidente que el muchacho que envió Mechipe no llegó nunca a
Taxcol. Nuestras provisiones no durarn eternamente.
 No tienen que durar eternamente  los ojos de Gifford, casi cerrados,
inspeccionaron el horizonte lejano como un par de binoculares defectuosos . Djenme
comida para un mes.
 Charles...
 Por Dios, Louise...  Rendido, Gifford apoyó la cabeza en la almohada. Vio a Richard
Lowry que supervisaba el almacenaje de los equipos. Los muchachos indios se movan
alrededor como nińos complacientes. żPor qu tanta prisa? żNo se pueden quedar
otra semana?
 No podemos, Charles  Louise miró a Gifford directamente a la cara . Richard siente
que debe irse, żentiendes? Por consideración hacia ti.
 żConsideración hacia m?  Gifford sacudió la cabeza , Lowry me importa un
rbano. Anoche yo iba a mirar las serpientes.
 Bueno...  Louise se alisó la blusa . Este viaje ha sido un fracaso, Charles. Hay
muchas cosas que me asustan. Les dir que desmonten el toldo cuando ests listo.
 Louise.  Haciendo un śltimo esfuerzo, Gifford se sentó. Tratando de que Richard
Lowry lo oyese y hablando con voz serena para no turbar a Louise, dijo entonces: Fui
a mirar las serpientes. żNo lo entiendes?
Louise lo interrumpió con un repentino estallido de exasperación:
 ĄPero Charles! żNo sabes que no hay serpientes? ĄPregśntale a Mechipe, pregśntale
a Richard Lowry o a cualquiera de los muchachosl ĄEl ro est seco como un hueso 1
Gifford se volvió a mirar las playas blancas del delta.
 Vayanse los dos. Lo siento, Louise, pero no resistira el viaje.
 ĄTienes que hacerlo!  Louise seńaló las colinas lejanas, la ciudad de terrazas y el
delta . Hay algo malo en este sitio, Charles. Te ha llevado a pensar de algśn modo
que...
Seguido por un grupo de muchachos, Richard Lowry se acercaba lentamente,
hacindole seńas a Louise. Louise vaciló un momento, y luego le indicó a Lowry que no
se acercara y se sentó junto a Gifford.
 Charles, escucha. Me quedar otra semana como me pides, para que aclares ese
problema de las alucinaciones, pero promteme que te irs entonces; Richard puede
irse solo y esperarnos en Taxcol con un mdico  Louise bajó la voz . Charles, siento
lo de Richard. Ahora me doy cuenta...
Se inclinó hacia adelante para ver la cara de Gifford. Gifford estaba tendido en la silla
delante del toldo solitario; el crculo de muchachos lo miraba pacientemente desde
lejos. Encima de una de las lomas, a quince kilómetros, flotaba una nube como el
penacho de humo de un volcn dormido, aunque activo todava.
-Charles.
Louise esperó a que Gifford hablara, pensando que iba a enojarse y que de este modo
llegara a perdonarla. Pero Charles Gifford sólo pensaba en las serpientes de las
playas. [FIN]


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